viernes, 19 de agosto de 2011

Odio. Amo.

Odio el amor calculado, los te quieros a todas horas y los largos textos en los que sólo se lee amor infantil. Odio que la gente haga como si hubiera encontrado al amor de su vida cuando saben que eso es algo inimaginable. Odio que se crean las mentiras y sonrían cuando se las cuentan, que vivan a expensas del miedo a lo desconocido y que caminen mirando al suelo y no al paisaje. Odio que suenen varias canciones a la vez, que me intenten convencer de lo inexplicable y que me expliquen una y otra vez las cosas que ya sé. Odio que me digan varias veces seguidas lo que tengo que hacer, aunque lo que realmente odio es que me digan que tengo que hacer. Odio que no me dejen decidir por mi, que no me den lo que es mio, que me quiten privilegios que me he ganado a pulso y se los regalen a otros que ni siquiera saben que significan. Odio que lo justo sea lo difícil y callarse lo sencillo. Que me mientan, que me asusten sin sentido. Que me dejen tirada en medio de un lugar que no conozco a las tantas de la mañana. Odio los secretos en reunión, las charlas con voz bajita a un palmo de mi oreja. Odio no saber que pasa y que nadie me lo explique. Que se metan con cualquier cosa que considere mía. Odio ahogarme de calor y morirme de frío. No poder moverme porque tengo muchas cosas encima. Que suenen canciones de fiesta cuando tengo malos recuerdos de alguna. Y no poder olvidar cualquier tontería que se me meta en la cabeza. Odio recordar a los que no lo merecen y olvidar a los que sí. Que me gusten los imbéciles y reniegue de cualquiera que sepa escribir una frase sin faltas de ortografía. Quedarme prendada de cualquiera que me diga una frase bonita en medio de una borrachera y no ser capaz de aceptar una ramo de flores del más caballero de la ciudad. Odio que me culpen de lo que no tengo culpa y odio culparme de cosas que no están en mi mano. Odio no saber decir las cosas importantes a la cara, no ser capaz de gritarle a quien lo merece y gritar a quien no. Odio bajar el volumen de la música, que me hablen mientras desaparezco de este planeta gracias a ella. Odio volver de unas vacaciones junto al mar, que me duela la cabeza de tanto llorar y no poder llorar cuando las circunstancias lo merecen. Odio la hipocresía, que importe lo que la gente piense, y no poder salir a la calle descalza. Pero, sobretodo, odio odiar.

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